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domingo, 16 de diciembre de 2007

MI PATRIA SOÑADA (Alvaro Mutis)



Las flores de un anaranjado intenso o de un lila pálido que se abren todo el año en la copa de los árboles, los pétalos blancos de los cafetos o, en la época de la recolección, sus frutos rojo cereza, dan un aire de fiesta permanente, de exhuberancia sin desmesura, de eterna armonía, difícil de expresar con palabras. Si, todavía hoy, en mi exilio mexicano, cuando cierro los ojos y pienso en Colombia, en tan extremada belleza, en esa serenidad de un Edén al sexto día de la Creación, vuelvo a encontrar aquella imagen intacta.
Con el hilo de los años iría sabiendo que Colombia está compuesta de muchas regiones muy diferentes cuya variedad y contrastes nunca acaban de sorprender, en el cruce de tres inmensas cadenas montañosas surgidas de la rotura del macizo andino, bañando por dos océanos, el territorio del que fue un reino de Nueva Granada ofrece como una fiel panoplia, una colección de la "Locura geográfica" del continente.
Desde la península desértica de La Guajira hasta los Llanos orientales, sabanas de horizonte ilimitado donde pacen rebaños innumerables, y a la selva que conserva, guardada por los grandes ríos tributarios del Amazonas y del Orinoco, un tesoro cuya riqueza constituirá tal vez mañana la última oportunidad de un mundo que el fantasma apocalíptico del hambre atormenta cada vez con más insistencia; pasando por las planicies de Tolima, donde crece el arroz con igual fecundidad, Colombia da al viajero la impresión de suntuosa opulencia, de riqueza sin límites.
Treinta años de guerra civil jamás declarada y que no es sino la continuación, después de un corto intervalo de calma relativa a principios de este siglo, de la sucesión devastadora de guerras fratricidas, la primera de las cuales se remonta a la Independencia, hacen de esta maravilla, de este prodigio de la naturaleza, el teatro atroz de un holocausto que ha tomado proporciones demenciales. Existe seguramente una gran cantidad de razones muy diversas para esta especie de suicidio colectivo, pero no estoy seguro de que sea este el lugar para investigarlas ni de que sea yo la persona más indicada para tal empresa.
Lo primero que sorprende al viajero cuando penetra en el país es la diferencia sumamente marcada de costumbres, la variedad de caracteres y de comportamientos según las regiones. Las tres cadenas de montañas cuyos picos nevados se han desarrollado cada uno para sí, guardan una indomable tendencia a vivir según sus propias normas, ignorando y rechazando a la gente de fuera.
Y ahora hablemos de mis compatriotas: el colombiano desborda de imaginación y de vida, es inestable y fácilmente proclive a abandonar sus empresas a medio camino. Su inteligencia natural salta de un tema a otro, de una solución a otra, lo que hace que la historia del país esté sembrada de las contradicciones más imprevisibles y más insolubles. País de abogados y de juristas, de poetas y de oradores, de políticos hábiles como nadie para las combinaciones electorales, de gramáticos rigurosos y de humoristas prontos a tomar a broma los defectos físicos y morales de sus semejantes, Colombia había encontrado el medio, a principios de siglo, fortalecida tras sus 80 años de guerras fratricidas interrumpidas, de bautizarse a sí misma "la Suiza de América". El colombiano es incomparable a la hora de transformar en realidades perentorias los productos más exaltados de su imaginación.
Parece que Miguel de Cervantes, en la época en que solicitaba de la corona un empleo de las Indias, había pedido ser enviado de preferencia a Cartagena, el puerto del que salía una gran parte del oro del continente, y que hoy día no ha perdido nada de la arquitectura armoniosa y severa de sus murallas y sus fuertes. El bueno de don Miguel no sabía nada, o casi, de ese puerto caribeño que ha conservado tantos atractivos. Pero, en cambio, sabía seguramente que en Nueva Granada la gente que tenía una pluma hábil y experiencia en los complicados asuntos comerciales de la corte de los Austria era particularmente bien recibida. No obtuvo ese empleo y siguió en España, para gloria de las letras y miseria de su familia.
El aislamiento en que vivieron las diferentes regiones del país se ha quebrado bruscamente, de manera radical y definitiva. Trazar vías férreas capaces de atravesar las tres enormes cordilleras era un sueño irrealizable. El gobierno había querido abrir carreteras, pero su construcción estaba igualmente fuera del alcance de las mejores capacidades en materia de puentes y calzadas. Así que, a principios de los años veinte, los colombianos pasaron directamente de la mula al avión, fórmula repetida hasta el hastío pero que, por una vez, traduce con toda exactitud la realidad.
Repentino y radical fue el paso a la violencia de la apacible República, cuyas instituciones democráticas y la alternancia en el poder de los dos partidos tradicionales, liberal y conservador, apenas tenían equivalente en América Latina. La violencia política, de siniestro renombre, ha hecho entrar a Colombia en las páginas de la crónica roja del planeta. El 9 de abril de 1948, unas horas bastaron para que la "Suiza de América" pareciera en las llamas, y surgiera en su lugar un país que nada tiene que ver ya con la nación pacífica de nuestra infancia.
Y llegamos a la Colombia de hoy, que se sitúa por su complejidad y sus contrastes fuera de toda explicación posible. La Colombia de nuestros días es uno de los enigmas más torturantes de América Latina, que ciertamente no se resolverá con la retórica vacía y el desfile superficial de lugares comunes con los que se trata de esquivar la trágica evidencia. Tengo, sin embargo, la certeza de que Colombia volverá a ser lo que fue cuando la paz reinaba en esa tierra de mis sueños.
Álvaro Mutis